El fuego de San
Telmo se apodera del barco y resplandece en toda su arboladura. Considerado tradicionalmente
signo de buena suerte por muchos marinos, los habitantes del Pequod lo contemplan con temor:
“(…) Todos los
brazos de las vergas estaban rodeados de un fuego lívido, y las triples agujas
de los pararrayos lucían tres largas lenguas de fuego, mientras los tres altos
mástiles daban la impresión de arder silenciosamente en la atmósfera azufrada
como tres cirios de cera en el altar.”
A la manera de un mausoleo
flotante de almas en pena que aún no han encontrado su descanso. Y del arpón
nuevo de Ahab, plantado en la roda:
“(…)
salía ahora una pálida llama bifurcada.”
Eso ya no es un
fuego de San Telmo, sino más bien el fuego de la serpiente infernal. Al ver
semejante señal, Starbuck grita al capitán:
“(…) Dios, Dios
está contra usted, viejo. ¡Reflexione!”
Y le implora
virar para volver a casa. La tripulación está aterrada. Pero Ahab coge el arpón y
amenaza a todos con él:
“(…) "Todos
vuestros juramentos de cazar a la Ballena Blanca os atan tanto como a mí el mío,
y el viejo Ahab está atado en cuerpo y alma, entrañas y vida. Y para que veáis
el compás al que late este corazón, mirad como apago el último temor."
Y de un soplo
apagó la llama.”
Ahab se había
convertido definitivamente en su titán terrorífico, en su amo y en el destino absoluto de
sus vidas:
“Del mismo modo
que cuando el huracán barre la llanura la gente huye de la vanidad de algún
olmo solitario y gigantesco cuya altura y potencia le hacen mucho más inseguro
por ser objetivo del rayo, así, al oír las últimas palabras de Ahab, huyeron de
él muchos de los marineros, presa de desolado terror.”
Qué soberbios espíritus los de aquellos que con su sola presencia son capaces de robar el alma de los hombres.
Jaja, te pilla el solsticio, broder. ¡Qué velocidad de crucero has cogido!
ResponderEliminarCierto. Y encima estos días voy a estar al pairo.
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