Y en un momento
dado, inopinadamente, la negra voluntad de Ahab y el nada halagüeño designio del
Pequod se empiezan a apoderar, una a una, del alma de los marinos. Habla
Ismael, en ese instante de la noche encargado de la caña del timón:
“(…) tras haber
dado algunas cabezadas en pie, me di cuenta de algo terriblemente funesto y
letal (…) no era capaz de ver ante mí brújula alguna para gobernar la derrota
(…) Parecía no tener delante más que tinieblas de azabache, de cuando en cuando
iluminadas por destellos rojos. Tenía la invencible impresión de que aquella
cosa veloz en que me encontraba no iba rumbo a ningún puerto, sino apartándose
de todos ellos (...)”
¿No tenemos esa
misma impresión todos los hombres que vemos perder nuestras oportunidades,
esperanzas, juventud y felicidad, y sentimos cómo se acerca la muerte sin
descanso? Y sigue Ismael:
“Se apoderó de
mí un desaforado presentimiento de muerte.”
Luego piensa que no hay que dejarse atrapar por las sombras ni los demonios de la
noche y sus alucinaciones. Sin embargo, ese instante de razonable y confiado alivio
que apela a la luz del sol como verdad consoladora se vuelve a esfumar como si
fuera otra fantasmagoría, menos creíble aún que las anteriores. Y sigue
reflexionando:
“(…) El sol no
oculta el Océano, que es la parte sombría de esta Tierra, de la que cubre los
dos tercios. De lo cual se deduce que cuantos mortales llevan en sí más alegría
que dolor no pueden ser auténticos o están insuficientemente desarrollados.”
¿Qué le pasa al
aparentemente optimista Ismael?... Es invadido por el pesimismo cósmico de
Melville, por su desesperanzado existencialismo veterotestamentario:
“(…) El más
verdadero de todos los hombres es el Hombre del Dolor, y el más auténtico de
todos los libros el de Salomón, y el Eclesiastés es el acero finamente
trabajado del pesar. “Todo es vanidad”. Todo. Este mundo voluntarioso todavía
no ha aceptado la sabiduría no cristiana de Salomón.”
Voluntad,
vanidad, dolor, ¿sabiduría no cristiana?… Melville remite a los libros sapienciales de la Biblia.
Habría que mencionar también aquí a un hermano espiritual suyo: Schopenhauer.
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