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sábado, 22 de diciembre de 2012

BWV 61


Inmenso es el caudal de música que nos ofrecen las cantatas de Bach para el tiempo de Adviento y Navidad entre arias, duetos, coros, corales, ariosos y recitativos.
Es en estos últimos, como es natural, donde menos expectación emotiva se crea, y se pasa por ellos como por una convención narrativa preparatoria del movimiento siguiente.
No obstante, en la cantata BWV 61, escrita para el primer domingo de Adviento, hay un recitativo para bajo absolutamente memorable desde la primera audición, cosa bastante inusual en la producción bachiana.
Se trata del “Siehe, ich stehe vor der Tür und klopfe an (…)” (“Mira, que estoy a la puerta y llamo…”).
Son dos frases muy sencillas tomadas del Apocalipsis de San Juan que dicen:

“Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré donde él y cenaré con él y él conmigo”

Es la última de las siete cartas enviadas a las comunidades cristianas, las siete iglesias principales que representaban en aquel momento la Iglesia universal.

Lo que asegura aquí Cristo no es su llegada, sino su presencia y “la cena” o última reunión del día entendida como comunión.
Es una clara anticipación, dentro de una primera cantata de Adviento como es ésta, de lo que va a 'pedir' el Mesías que está a punto de nacer. Es la irrupción inesperada de su propia voz, cabría pensar que intempestiva y casi admonitoria, que sorprende al creyente. Sin embargo, la música de Bach convierte el texto en un momento lleno de dulce serenidad. La voz declama una melodía que está pensada para realzar todas y cada una de las palabras con un sentido dramático milagrosamente sutil porque aúna suavidad y majestad. Bajo la voz se oye, leve, un lento pizzicato de la cuerda que apuntala las palabras en cada tiempo de los diez compases de cuatro por cuatro.
No hay duda de que Bach buscaba algo especial; un efecto de epifanía, tanto más sorprendente por su misteriosa expresividad. Para el que celebra en estas fechas la llegada del Mesías, estos milagrosos escasos diez compases de música (un minuto y poco de reloj) han de ser un símbolo de adoración, han de  revelarse como un sacramento.
Si, además, la interpretación es la de Kart Richter con la voz absolutamente incomparable de Fischer-Dieskau, ya se ha conseguido (la imagen del vídeo no es la apropiada para el tiempo que representa la cantata, evidentemente, pero esta versión es obligada):





1 comentario:

  1. Buena música ,excelente versión y certero análisis de este minuto y medio de musica celestial.
    Saludos.

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