Las relaciones de la Iglesia con los toros siempre fueron de
tira y afloja.
Cabe pensar que, desde el principio, la Iglesia veía en esas
antiguas prácticas un residuo claramente religioso-pagano propio de religiones
secundarias y primarias (zoomórficas y numinosas; de la antigüedad histórica y
de la prehistoria). Al respecto escribió negativamente San Isidoro de Sevilla. Trató sobre los
dioses gentiles y su culto demoníaco (se refería especialmente a los
sacrificios cruentos de animales y sobre todo a la muerte de personas en
fiestas con toros).
Por el contrario, curiosamente, parece ser que también a
principios del s. VII el rey Sisebuto censuró a Eusebio, obispo de Tarragona,
su gran afición a los espectáculos taurinos.
Por ello, muy tempranamente encontramos contradicciones referidas a los toros en el seno de la Iglesia.
Luego, al menos desde el s. XI, se sabe de la existencia de
juegos con toros en fiestas de bodas (con la doble variante “caballeresca” y
“rural”). Entre ellas se documentan, por ejemplo, la de Alfonso VII o la de
doña Urraca. Por tanto, la Iglesia española no estaba lejos de esas fiestas que
rechazaba o aprobaba (quizás sería más correcto decir que ‘toleraba’) según el
gusto particular.
Alfonso X no gustó demasiado de las fiestas de toros aunque
tuvo que ver cómo abundaban en su tiempo (s. XIII), y en ocasiones con la
evidente participación de religiosos.
La oposición eclesiástica a los toros se hizo notar más a
partir de los ss. XV y XVI, tiempo en que se instituyeron prohibiciones sobre
la presencia de clérigos en corridas.
El confesor de Isabel la
Católica pretendió que saliera una firme prohibición de la real figura, pero
ésta,
sin ser en absoluto aficionada, se negó a tal petición (demostrando, por
cierto, más tolerancia que
ciertos políticos actuales). Lo mismo ocurrió con
Felipe II, a quien el embajador cura Sosa propuso
eliminar toda suerte de práctica
taurina, oponiéndose el monarca sin negarse, empero, a discutir el tema
(cómo
olvidar a su padre, Carlos I y V, gran disfrutador de lances de toros).
En fin, que en esas épocas la polémica se extendió hasta que diversos papas echaron ojo al asunto.
Fue Pío V el más beligerante contra los espectáculos
taurinos; sencillamente, se le ocurrió prohibirlos (Bula “De Salutis”).
Gregorio XIII (inmediato posterior a Pío) aflojó y anuló los castigos apuntados
por su predecesor contra seglares (no así contra religiosos). Luego, Sixto V,
tuvo una enconada disputa con el Claustro Universitario de Salamanca por su
intento de actualizar los castigos de Pío V. En el caso participó, entre otros
reconocidos doctos profesores, fray Luis de León (defensor de los toros), el
cual redactó un escrito de protesta dirigido a la autoridad vaticana.
Fue Clemente VIII con la Breve “Suscepti muneris” quien
logró imponer más prolongado sosiego en la ‘batalla’ al reconocer que las
corridas eran práctica festiva fundamental en España y que no había que
exagerar en cuanto a su irreligiosidad. Claro, hay que tener en cuenta que
incluso se celebraban toros en canonizaciones; sin ir más lejos, en la de Santa
Teresa de Jesús se realizó una doble hecatombe (200 toros). Así, desde el
mencionado Clemente, las condenas quedaron sólo (y en teoría) para monjes y
frailes de órdenes e institutos regulares.
Sea como fuere, religiosos de toda laya continuaron
asistiendo a todo tipo de fiestas taurinas. La cosa estaba poco menos que
imposible de desarraigar; con decir que en el s. XVIII se alegraban las
primeras misas de los sacerdotes con festejos taurinos…
Mucho más tarde no han faltado autoridades religiosas
vaticanas contemporáneas que han querido revitalizar la Bula de Pío V,
últimamente, además, facilitadas por los escritos de Juan Pablo II sobre los
animales (sobre el "alma" de los animales -vaya, por eso se les llama "animales", de anima-), pero lo cierto es que, más o menos, seguimos (seguramente con
bastante más indulgencia) parecido que siglos atrás. Y que dure.
Bueno, pues si el Clero esta contra los toros.......pues habra que aficionarse a la Fiesta Nacional aunque sea por llevar la contraria je,je.
ResponderEliminarUn saludo Sr. Lucas.
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ResponderEliminarJa, Ja! Pero ya ves que en la Iglesia rechazo y afición están más o menos repartidos.
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